Licorice Pizza

Novena película del cineasta californiano Paul Thomas Anderson, que como viene siendo habitual en las últimas, se trata de una película de época, en este caso ambientada a comienzos de la década de los 70 (en torno a 1973) en el valle de San Fernando en Los Ángeles, de donde es originario el director. De manera que, al menos en parte, se trata de una película autobiográfica, por lo menos en lo que se refiere al retrato de época, aunque si bien parece ser que el argumento es más bien una amalgama de anécdotas que le sucedieron a otras personas cercanas al realizador. Con este film debuta Cooper Hoffmann, hijo del desaparecido y habitual del cine de Paul Thomas Anderson, el gran Philip Seymour Hoffmann, que hace un buen papel y una pareja junto a Alana Haim en los papeles principales. El problema es que el argumento (una peculiar visión del amor adolescente) es demasiado inconexa y la trama acumula situaciones, referencias cinéfilas y fugaces apariciones (Bradley Cooper, Sean Penn, Tom Waits, Benny Safdie…) sin tener un rumbo claro ni un arco dramático-narrativo. El resultado es, por consiguiente, un fresco interesante, pero alargado, quizá deforme en su estructura, en el que las partes suman más que el todo.

Hubo un tiempo en que se asociaba el cine de Paul Thomas Anderson directamente a Robert Elswit, que fue hasta “There Will Be Blood” (2007) -por la que obtuvo su premio Oscar- el director de fotografía de todas sus películas. Pero en el caso de “The Master” (2012), se dijo que por problemas de agenda de Elswit, Paul Thomas Anderson colaboró con Mihai Malaimare. Elswit volvió en la muy fallida “Inherent Vice” (2014), pero para la posterior “Phantom Thread” (2017) y el presente título, el realizador ha vuelto a prescindir de él. Lo sorprendente es que en lugar de contratar a otro director de fotografía, lo que ha hecho Paul Thomas Anderson es contar con el equipo habitual de Elswit (el operador de cámara Colin Anderson, el ayudante de cámara Erik L. Brown) y dejar que sea el que también ha sido el gaffer de Elswit en algunas ocasiones, Michael Bauman, su colaborador como director de fotografía. En el caso de “Phantom Thread”, Bauman aparecía acreditado con el equivalente británico a director de fotografía (“Lighting Cameraman”) y en el presente, directamente, ambos firman la fotografía de la película como directores de fotografía.

Paul Thomas Anderson durante años también fue uno de los mayores adalides del formato anamórfico, así como por supuesto de la adquisición en celuloide, que todavía mantiene en todas sus películas. Pero desde los tiempos de “There Will Be Blood” no había vuelto a rodar en anamórfico, formato que recupera en todo su esplendor en el presente título, incluso según créditos, con una finalización fotoquímica, prescindiendo del etalonaje digital, además de también el tiraje de alguna copia en 70mm, que no tiene en principio mucho más sentido que darle notoriedad a su película y al emblemático formato, ya que con un hinchado óptico no va a haber un aumento en la calidad ni, como antaño, la posibilidad de incorporar más y mejores pistas de sonido. Antiguamente, a Elswit le forzaba a no usar ningún tipo de filtraje que degradase el negativo, así como a incluso a renunciar a emulsiones de 500 ASA, limitándose a 200 ASA para evitar el grano propio de las emulsiones más sensibles, pero quizá por tratarse de un ejercicio de nostalgia, “Licorice Pizza” sí que es algo más granulada y hace uso de tres de las emulsiones que fabrica Kodak actualmente, incluyendo la 500T. En cuanto a las lentes, quizá porque gran parte de la película usa la Steadicam, Anderson y Bauman emplean los Panavision C-Series, las lentes anamórficas clásicas de los años 60 y 70, que son algo más suaves, pero también más ligeras y compactas, que las series posteriores del fabricante americano.

El film posee por consiguiente un notable gusto clásico en su imagen y en su textura, pero desgraciadamente casi está un punto por debajo de lo que seguramente hubiera logrado con un director de fotografía del perfil y clase de Robert Elswit. El aspecto por lo general es muy cálido, con algunos toques azulados en las escenas nocturnas, lo cual remite muy bien al tradicional que se asocia a California e incluso colabora y ayuda a que el look de época sea creíble y esté conseguido. Pero hay demasiadas variaciones en la densidad del negativo, con cambios en los valores de contraste y de negros, que probablemente no se le hubieran complicado tanto a Elswit o bien a un director de fotografía de su perfil. La estructura de grano también es errática, lo cual pudiera indicar que la copia está subida o bajada al positivar para corregir exposiciones algo desviadas. Pero más allá de las imperfecciones técnicas, que a veces Paul Thomas Anderson ha fomentado en su cine (véase la magnífica “Punch Drunk Love”, 2002) y que en este caso se extienden a sobreexposiciones llevadas demasiado lejos en varias ocasiones, el aspecto global no está demasiado pulido, ni desarrollado: ni hay un especial cuidado de los actores, ni un deseo claro, por otro lado, de querer ser realista o naturalista, aunque Bauman y Anderson se encuentran más cercanos a este estilo que a uno esteticista. De manera que consiguen un aspecto funcional, pero al que le falta elaboración y puede que seguir un estilo claro, que además está coronado con momentos de los que no salen demasiado airosos como las noches americanas con el camión en la escena de la curva.

Por supuesto, desde su admiración por el cine de Martin Scorsese y su puesta en escena con continuos y trabajados travellings, Paul Thomas Anderson siempre ha rodado y planificado sus películas con mucha clase y “Licorice Pizza” no es una excepción. Hay mucho movimiento, algunos muy rápidos, sus personajes corren de un lado a otro, destilan juventud y energía y la película lo refleja a la perfección, a veces incluso fotografiándolos a cámara lenta, o en teleobjetivos (en la escena final) con lo que se sitúan tan lejos de la cámara y con una perspectiva tan comprimida que parece que no avanzan y no se encuentran. Hay por lo tanto, un trabajo de cámara muy bueno, muy bonito y muy expresivo, pero que desgraciadamente, es superior al lumínico y está muy por encima de la película como conjunto. Quizá el experimento sea fallido por parte de Paul Thomas Anderson, que por un lado demuestra que puede hacer funcionar sus películas desde el punto de vista estético sin la ayuda de un director de fotografía consagrado (Bauman es sin embargo un gaffer de muchísima experiencia), pero al contrario de otros directores que han tomado un camino similar (rodar sus propias películas), se demuestra que no es lo mismo hacerlo en digital, con la ayuda de herramientas y técnicos que asesoren en la exposición, que en analógico o fotoquímico, sin además realizar un etalonaje digital. Así que por mucho que los resultados sean aceptables, que lo son, incluso buenos, en algunos momentos, que también lo son, no pueden ser equiparables a la experiencia y gusto de un Robert Elswit, o bien a la de los muchos directores de fotografía de su quinta (o generaciones posteriores) que seguramente hubieran colaborado con el realizador en la búsqueda de este mismo aspecto, pero con mejores resultados en lo técnico y en lo artístico.


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Título en España: Licorice Pizza
Año de Producción: 2021
Director: Paul Thomas Anderson
Director de Fotografía: Michael Bauman, Paul Thomas Anderson
Ópticas: Panavision C-Series & Super Panazoom Cooke
Emulsión: Kodak 5203 (50D), 5213 (200T), 5219 (500T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm anamórfico (Panavision), 2.4:1

Vista en DCP

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