Inglourious Basterds

Séptimo largometraje de Quentin Tarantino, ambientado en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Con una estructura de episodios diferentes que van presentando a un nutrido grupo de personajes (un coronel de las SS especializado en cazar judíos, un grupo de paramilitares americanos especializados en cazar nazis, una chica judía que vive bajo una identidad falsa en París, un famosa actriz alemana, un teniente británico de orígenes alemanes… y hasta Joseph Goebbels y Adolf Hitler en persona), Tarantino propone un fresco audaz, violento, rodado en cuatro idiomas (francés, alemán, ingles y hasta italiano), con gloriosos diálogos y un estupendo montaje a cargo de Sally Menke, que dilata o acelera el tiempo a la pura conveniencia del director, cuya mezcla de referentes cinematográficos -a veces no ya de serie B, sino Z- curiosamente forman un cóctel explosivo de primer nivel -quizá el más alto de su autor, junto a “Pulp Fiction” y “Once Upon a Time… in Hollywood”- deliciosamente interpretado además por Brad Pitt, Christoph Waltz, Diane Kruger, Michael Fassbender, Melanie Laurent, Denis Minochet, Daniel Brühl, Eli Roth, Til Schweiger, Mike Myers, Rod Taylor o August Diehl, entre otros.

El director de fotografía fue el norteamericano Robert Richardson [ASC], quien ya por aquél entonces apuntaba maneras como el colaborador definitivo de Quentin Tarantino tras haber formado un buen tandem en “Kill Bill Vol. 1” (2003) y “Kill Bill Vol. 2” (2004). Tras el paréntesis de de “Death Proof” (2007), en la que se supone que el propio Tarantino ejerció la labor del director de fotografía, se juntaron de nuevo en el presente film, pero también en los posteriores del realizador: “Django Unchained” (2012), “The Hateful Eight” (2015) y “Once Upon a Time in Hollywood” (2019). Cada uno de estos cuatro trabajos han supuesto para Robert Richardson una nueva nominación al Oscar, aunque sus tres estatuillas continúen siendo las obtenidas junto a Oliver Stone por “JFK” (1991) y con Martin Scorsese en “The Aviator” (2004) y “Hugo” (2011). Durante muchos años precisamente se asoció a Richardson con esos dos cineastas, con los que ahora hace años que ya no trabaja, contando con una carrera en la que desde que irrumpiera en la primera línea de la fotografía cinematográfica en 1986 con “Platoon” y “Salvador”, nunca se ha bajado de la cima a pesar de períodos más irregulares que otros en sus 40 años de oficio.

Con la perspectiva que ofrecen los años -catorce ya desde su estreno, en una época en la que la exhibición en celuloide languidecía y la adquisición, aunque aún no lo supiéramos, estaba también en las últimas- la imagen de “Inglourious Basterds” únicamente puede ser calificada o clasificada como de un rabioso clasicismo, por sus formas y medios de rodaje. Ello no quiere decir que no haya lugar a que Robert Richardson ejecute en múltiples ocasiones uno de sus sellos personales, o que Quentin Tarantino traiga a una película de este empaque y características algunas de sus obsesiones del cine que tanto le gusta, sino que, de alguna manera, estamos ante un verdadero canto de cisne de lo que hasta entonces era lo convencional: un rodaje en celuloide con exhibición en celuloide, iluminado con aparatos clásicos, sin LEDs. Aunque en 2009 aún no lo supiéramos. Por supuesto que Robert Richardson y Quentin Tarantino han continuado rodando en celuloide todas sus películas desde entonces, pero si lo han hecho es por un motivo doble: por un lado, porque pertenecen ambos a la realeza de Hollywood que puede permitirse, por trayectoria y presupuesto, un tipo de rodaje así y, por otro, porque sobre todo Quentin Tarantino es un director que, bien sea por nostalgia o por gusto, o seguramente por ambos, prefiere el celuloide, incluso para la exhibición (de hecho posee un cine en Los Ángeles que sólo exhibe celuloide), aunque por motivos obvios no puede imponer que sus largometrajes se exhiban en digital en todo el planeta. Pero su relación y preferencias son una excepción (aunque no la única). Y de hecho, Robert Richardson ha rodado varias películas para otros directores con cámaras digitales.

La imagen de “Inglourious Basterds” destaca poderosamente por muchos motivos, además de por su rodaje en celuloide. Por otro lado, además lo hace porque el film posee unos diseños de producción (del habitual David Wasco) y de vestuario (de Anna B. Sheppard) de lo más coloridos, que junto con la iluminación de Robert Richardson, muchas veces irreal y teatral, hacen que el film posea un deliberado aspecto de cómic, de historieta “pulp”, como le gusta a su director. Esta línea de teatralidad es absolutamente evidente desde el primer segmento, en el interior de una cabaña, en la que Richardson apenas ilumina a través de las ventanas porque deja que su fuente de luz principal sea una luz cenital fuertemente sobreexpuesta (un HMI PAR 1.2KW) que incide sobre la mesa en la que se sientan los dos personajes que conversan (Waltz y Minochet), dejando que sus rostros, principalmente, queden iluminados por el rebote de dicha luz sobre la propia mesa. Esta técnica, que Robert Richardson viene utilizando desde sus tiempos junto a Oliver Stone, está empleada en “Inglourious Basterds”, a diferencia de otros títulos del director de fotografía como por ejemplo “Casino” (1995), sin ningún tipo de difusión en cámara, lo que provoca que las imágenes sean mucho más nitidas y, a veces, esas luces cenitales (que también aparecen como contraluces en otro tipo de escenas) parezcan mucho más brutales.

La mezcla de luz suave y luz dura es otro de los sellos de Richardson: sobre los rostros de los personajes, casi siempre emplea luz suave, generalmente en la forma de grandes fuentes de iluminación (bien sean HMI o tungsteno) rebotadas o filtradas (o a veces, rebotadas y filtradas) en superficies de muselina, generalmente, lo más grandes -para suavizar más- que le permite cada localización. Pero sobre los decorados o como contraluces, las luces que emplea el director de fotografía muchas veces van directas, situándose al límite de la sobreexposición, o por lo menos tres o cuatro diafragmas por encima del gris medio. Ello hace que la película posea un aspecto rico, elaborado y sofisticado, muy contrastado (más aún quizá en 4K HDR que en 35mm), pero también, irreal y teatral, porque la aparición o irrupción de esos contraluces nunca o casi nunca están justificados por lo que vemos en pantalla: son luces que Richardson se inventa, pero no las emplea aquí y allá, esporádicamente, sino que las emplea en muchas escenas, de tal manera que forman y crean el “look” o aspecto de la propia película. De hecho, la identifican, forman parte de la descripción del mundo tan especial que crea Quentin Tarantino y que no siempre respeta el devenir de los acontecimientos históricos.


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Pero si en algo destaca también “Inglourious Basterds” es por el trabajo de cámara, generalmente a una única cámara de hecho, que muestra a un Quentin Tarantino muy maduro y sosegado con la planificación, a pesar de esos momentos gamberros con los zooms, o de que también haya lugar a un travelling circular a toda velocidad en el segmento final, o incluso varios planos con lentes de aproximación partidas, que sin embargo están todos bien aplicados. El rodaje principalmente muestra focales angulares en formato panorámico anamórfico (35-40-50mm) empleando además los gloriosos Panavision Primo Anamorphics en el grueso de las escenas, puesto que parece que la entonces reciente “Serie G” se reserva para algunas localizaciones o situaciones en las que el peso de los Primo (seis o siete kilos en algunas focales) es excesivo. Incluso hay algunos zooms ejecutados con los entonces novedosos zooms anamórficos frontales AWZ2 (40-80mm T2.8) y ATZ (70-200mm), que retienen las cualidades de la óptica anamórfica clásica de Panavision, a pesar tres o cuatro planos aislados (al final de la secuencia del bar y en el travelling circular) que parecen rodados con uno de los viejos Super Panazoom Cooke (la falta de esos zooms anamórficos frontales hizo que en 2003 “Kill Bill” fuera rodada en Super 35). No hay apenas Steadicam, lo que implica que toda la película está muy bien operada por el propio Robert Richardson desde su grúa o trípode.

Los resultados, que en su momento ya eran buenos, podría decirse que con el transcurso de casi tres lustros desde el estreno se han tornado gloriosos, tanto porque el film, que ya lo era, se mantiene, como porque la fotografía de Robert Richardson, con formas tan clásicas en su estilo y en su ejecución, han llevado tremendamente bien el paso del tiempo. En unos tiempos actuales en los que es complicado poder ver (y no digamos ya, rodar) películas rodadas en celuloide, el aspecto de época de “Inglourious Basterds” no se ve para nada comprometido por las elecciones técnicas, es más, las mismas favorecen sin duda a que el estilo “pulp” florezca y resulte apabullante en la pantalla. Y ese estilo de iluminación con fuentes grandes, bien sean HMI o sobre todo, tungsteno, en una época en la que lo que priman son los LED, el RGB y su sencillez logística a base de sacrificar espectros de color, resulta tan enternecedor como bonito de ver en pantalla, como una calidad que en los tiempos actuales, por desgracia no se estila, ya que casi todos los directores de fotografía tienen o tenemos que sucumbir a las modernas fuentes y tecnologías, muchas veces más prácticas y versátiles, pero que desgraciadamente aún no suelen ofrecer el maravilloso aspecto del tungsteno y de unos HMIs en condiciones óptimas de utilización.

Título en España: Malditos Bastardos
Año de Producción: 2009
Director: Quentin Tarantino
Director de Fotografía: Robert Richardson, ASC
Ópticas: Panavision Primo Anamorphic, G-Series, ATZ, AWZ2, Super Panazoom Cooke.
Emulsión: Kodak 5213 (200T) & 5219 (500T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm anamórfico (Panavision), 2.4:1
Otros: 2K Digital Intermediate
Premios: Oscar a la mejor fotografía (nom), BAFTA (nom), American Society of Cinematographers (nom)

Vista en 35mm y Blu-ray 4K HDR

© Ignacio Aguilar, 2023.