Waterloo

Co-producción italo-soviética auspiciada por el productor italiano Dino de Laurentiis, que uniéndose a Mosfilm logró un presupuesto de 12 millones de libras de la época para filmar de forma muy ambiciosa la batalla de Waterloo, en la que Napoleón (Rod Steiger) cayó derrotado a manos de las tropas británicas y prusianas comandadas por el Duque de Wellington (Christopher Plummer). “Waterloo” fue dirigida por el cineasta ruso Sergei Bondarchuk, que venía ni más ni menos de hacerse cargo de la monumental adaptación de “Voyna i Mir” (“Guerra y Paz”) estrenada en cuatro partes, consiguiendo alzarse con el Oscar a la mejor película extranjera en 1968. Pero de alguna forma, a pesar del lujo de la producción, la película no termina de funcionar debido probablemente a los múltiples cortes para alcanzar una duración de apenas 132 minutos, cuando el film fue ideado para al menos proyectarse durante tres horas en un estreno tipo “Roadshow”. Por ello, por mucho que la filmación de la batalla contenga momentos espectaculares, el drama está lejos de funcionar y sin él, “Waterloo” es semejante a contemplar estupendas escenas de acción vacías de contenido. Orson Welles, Jack Hawkins, Dan O’Herlihy y Virginia McKenna tienen papeles muy secundarios en la película.

El director de fotografía fue el italiano Armando Nannuzzi, uno de los principales directores de fotografía del país en aquélla época, aunque quizá el hecho de no estar asociado a un gran director, como sí lo estuvieron Giuseppe Rotunno o Tonino Delli Colli, haya jugado en su contra cuando están a punto de cumplirse veinte años desde su fallecimiento. Aún así, Nannuzzi trabajó con directores como Alberto Lattuada (“Mafioso”, 1962), Luigi Comencini (“Incompreso (Vita col Figlio)”, 1966), Luchino Visconti (“Vaghe Stelle Dell’Orsa” en 1965, “La Caduta degli Dei” en 1969 y “Ludwig” en 1972), Antonio Pietrangeli (“Adua e le compagne”, 1960 y “Io la conoscevo bene”, 1965), Tonino Valerii (“Il mio nome é Nessuno”, 1973), Benhard Wicki (“The Visit, 1964), Ettore Scola (“La Nuit de Varennes”, 1982), Vittorio de Sica (“Il Boom”, 1963) entre otros, aunque quizá sea más conocido por su crédito compartido con David Watkin en la versión de la vida de Jesucristo ideada por Franco Zeffirelli (“Jesus of Nazareth”, 1977) o por el accidente que sufrió durante el rodaje de otra producción de Dino De Laurentiis en EEUU, “Maximum Overdrive” (1986), la única película dirigida por Stephen King, en el que Nannuzzi perdió un ojo como consecuencia de un fallo de coordinación en los efectos especiales.

Con exteriores rodados en Ucrania a fin de recrear las batallas con la participación de 17 mil extras del Ejército Rojo para interpretar a los soldados franceses, ingleses y prusianos, “Waterloo” también contó con grandes interiores construidos en Cinecittá y recreados en localizaciones en Nápoles. Sergei Bondarchuk había rodado “Guerra y Paz” en formato SovScope 70 y emulsiones del bloque del este; en esta ocasión los cineastas emplearon equipos Panavision y negativo Kodak. El resultado debería de haber sido mejor, cualitativamente hablando, de no ser porque Nannuzzi y Bondarchuk se empeñan en emplear de manera extensiva lentes zoom en formato anamórfico (seguramente la conversión de Panavision del Angenieux 25-250mm T3.9, es decir, un 50-500mm T5.6), además no solo como focal variable, sino para realizar continuos aproximamientos y alejamientos sobre la imagen sin mover la cámara. Es cierto que era un recurso de moda en la época, pero entre la tremenda diferencia de rendimiento entre las ópticas fijas anamórficas y el zoom (que no siquiera tiene los artefactos propios del formato) y lo anticuado que queda el recurso, hace que los resultados globales se resientan mucho, especialmente en las secuencias interiores, en las que abierto de diafragma, el zoom rinde aún peor, de modo que es una lástima que los cineastas no rodaran al menos todos los interiores con las ópticas fijas, con las que además consiguen muy buenas composiciones de imagen en gran angular.

Y ello es una lástima, porque la iluminación de Nannuzzi es muy interesante y ese pobre rendimiento óptico, o todos esos zooms yendo y viniendo, hace que resulte fijarse en el trabajo del director de fotografía, que no debió de resultar sencillo teniendo en cuenta que debía iluminar al menos para un T5.6 en una época en que los negativos eran de 100 ASA, de modo que la exposición “correcta” era de 400 candelas de intensidad de luz. Aún así, hay algunos efectos de imitación de la luz solar en “Waterloo” que son meritorios, o efectos de apariencia de luz suave en interiores, que parecen complicadísimos con esos condicionantes técnicos. Pero también, hay algo de la dejadez que está presente también en “Guerra y Paz”, consistente en algunos momentos en los que un actor bloquea la luz de otro, o produce sombras sobre su cuerpo, cuando este tipo de situaciones suelen afinarse en el rodaje. Sin embargo, secuencias como la del gran baile, con miles de velas aunque la luz no proceda de las mismas, e incluso con fondos azulados para generar algo de profundidad, hacen que esa irregularidad resulte bastante llevadera durante la proyección. En exteriores, Nannuzzi emplea en gran medida la luz disponible y algo de relleno con arcos cuando se acerca más a sus personajes, logrando eso sí imágenes de mucha más calidad pese a los continuos zooms por poder cerrar el diafragma al menos entre T11 y T16. Es en estas escenas además en las que la belleza de la emulsión Kodak 5254 se pone más de manifiesto (especialmente en oposición a la emulsión soviética de “Guerra y Paz”), con extraordinarios colores y un aspecto muy orgánico, colaborando a la obtención de algunos planos espectaculares, aunque sea de forma aislada.

Por supuesto, cómo no, el plato fuerte de la película es la batalla que le da título, rodado a la manera de “Guerra y Paz”, es decir, de forma absolutamente grandilocuente, con multicámaras, elaborados efectos especiales físicos para crear el humo y las explosiones, así como decenas de especialistas para simular las caídas de caballos, muertes en pantalla, etc. Para los que no sean conocedores de la anterior película de Sergei Bondarchuk, el resultado de esta batalla puede parecerles espectacular, porque por medios, despliegue, variedad de planos (desde hombro, travellings, grúas y hasta helicóptero), lo cierto es que lo es. Pero hay que reconocer que, habiendo visto “Guerra y Paz”, Bondarchuk se limita a hacer más de lo mismo. Así que por muy complicado que fuera organizar todas las tomas y la logística de lograr que tal cantidad de extras actuara al unísono y en formación incluso en los planos generales más complicados, lo cierto es que en “Waterloo” los resultados son menos frescos, además de no contar con los instantes de inspiración poética del film anterior. Por ello, ya que la narrativa tampoco es el fuerte de la película, los resultados son irregulares, con algunos evidentes aciertos estéticos (como el estilo que imprime Armando Nannuzzi a sus imágenes) que, claramente, quedan empañados ante el extensivo y excesivo uso del zoom y el hecho de que lo mismo, pero aún mejor y aún a mayor escala, ya lo había hecho Sergei Bondarchuk en “Guerra y Paz”.

Título en España: Waterloo
Año de Producción: 1970
Director: Sergei Bondarchuk
Director de Fotografía: Armando Nannuzzi
Ópticas: Panavision C-Series, Angenieux 50-500mm T5.6
Emulsión: Kodak 5254 (100T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm anamórfico (Panavision), 2.35:1
Premios: BAFTA a la mejor fotografía (nom)

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