Dracula (1979)

Enésima adaptación de la obra clásica de Bram Stoker, que a su vez adaptaba también la obra de Hamilton Deane y John L. Balderstone basada en la misma, que ya había contado con la interpretación de Frank Langella en Broadway en el papel del famoso Conde con un aproximamiento más romántico que terrorífico al mito del vampiro –aunque no tan marcado como el de la revisión de Coppola en 1992- y que en esta versión cinematográfica de la misma fue secundado por Kate Nelligan, Laurence Olivier y Donald Pleaseance. Los resultados, lejos de aterrar, no son demasiado consistentes por algunos cambios de tono y una narrativa algo atropellada, que hacen que el film esté lejos de ser considerado una de las mejores adaptaciones de Stoker.

El productor Walter Mirisch se esforzó por ofrecer grandes valores de producción –e incluso fichó a John Williams para componer la banda sonora, en uno de los momentos de mayor demanda de su carrera- y para ello rodó el film en Inglaterra, con diseños del siempre efectivo Peter Murton y efectos visuales a cargo de Albert Whitlock, cuyas pinturas mate son tan increíblemente efectivas como siempre. Quizá en un intento de alejarse de los clásicos, encargó la dirección al joven británico John Badham, que venía de triunfar en EEUU con “Saturday Night Fever” (1977), antes de iniciar una sólida carrera como director de cine de acción durante los años 80 y 90, así como al director de fotografía Frank Tidy [BSC], que había maravillado al mundo junto a Ridley Scott en el debut cinematográfico de éste, “The Duellists” (1977), cuyas imágenes podrían considerarse como una versión esteticista de “Barry Lyndon” (1975).

Cuenta Mirisch en sus memorias que el clima británico en el que debían de rodar los exteriores y el escaso ritmo de Frank Tidy –que había rodado cientos de anuncios publicitarios, pero éste era su segundo film- llevaron a sustituirle por el aclamado operador británico Gilbert Taylor [BSC], famoso por sus colaboraciones con Richard Lester (“A Hard Day’s Night”), Stanley Kubrick (“Dr. Strangelove”), Roman Polanski (“Repulsion”, “Cul-de-Sac”, “MacBeth”), Alfred Hitchcock (“Frenzy”), Richard Donner (“The Omen”) o George Lucas (“Star Wars”).

No se sabe y es dificil saber si queda algo del trabajo de Tidy en el film –otras fuentes apuntan a que el operador fue despedido porque la lluvia no se veía bien en sus exteriores nocturnos- pero lo cierto es que toda la película luce el sello de Gilbert Taylor, a caballo entre el clasicismo y la modernidad, o dicho de otra forma; fiel a sus raíces en el estilo visual del cine en blanco y negro en el que se había formado y desarrolló gran parte de su carrera, pero también con una notable permeabilidad a las nuevas tendencias estilísticas y técnicas surgidas durante los años en que desarrolló su profesión, al contrario de tantos otros de sus colegas que, una vez formados, nunca desarrollaron nuevas habilidades ni se adaptaron a los nuevos tiempos.

La fotografía de “Dracula” hace uso de interiores suntuosos y exteriores británicos muy desapacibles, siempre con una atmósfera de neblina o cielos encapotados de aspecto difuso, gracias a la tradicional media detrás de la óptica que solía utilizar Taylor, aunque aquí también mezclada con filtros de niebla o similares en más de una ocasión. Aunque por lo general los niveles de intensidad de luz eran lo suficientemente grandes como para poder utilizar esporádicamente lentes zoom convertidas al formato panorámico anamórfico en los interiores (es decir, al menos T/4.5), Taylor emplea de manera consistente una combinación de luces dirigidas con algo de material difusor entre el aparato y los actores y fuentes integradas en los decorados para obtener ese aspecto a caballo entre el clasicismo y la modernidad, pero también, entre el romanticismo (por la suavidad de sus imágenes) y el terror, puesto que los niveles de oscuridad o el uso de humo y contraluz en las escenas nocturnas tienen una evidente intención de inquietar al espectador o envolverle en una atmósfera de terror. Particularmente logrados están momentos tan teatrales como los de las apariciones del Conde subiendo o bajando fachadas, o una escena en un cementerio y unos túneles en los que Laurence Olivier porta un farolillo, dentro de un conjunto que muestra mucha solvencia técnica y en la puesta en escena, con un notable uso de la cámara y del ancho del formato panorámico para crear interesantes composiciones de imagen con varios personajes repartidos por el encuadre.

Sin embargo, a día de hoy, “Dracula” es un film víctima de los retoques a posteriori por parte de su director; en su momento, por el diseño de producción y trabajo fotográfico, fue un film de colores saturados y tonos dorados para evocar los ambientes de comienzo de siglo en que se desarrolla la película –y el que escribe estas líneas tuvo la oportunidad de verla a finales de los 90 en un pase televisivo que mantenía el formato correcto y el color original-, pero parece ser que John Badham deseaba que el film se acercase más al blanco y negro, por lo que llevó a cabo una corrección de color bestial que prácticamente eliminaba cualquier atisbo de separación tonal y la relegaba a una escala de grises también notablemente oscurecidos, en la que el trabajo de Taylor y el resto del equipo que participó en la parte visual de la película fue seriamente comprometido. Quizá ello, curiosamente, produzca que “Dracula” tenga un aspecto más moderno o estilizado del que nunca tuvo, pero, en cualquier caso, tampoco era el que fue pretendido originalmente y supone una injustificada desviación del mismo.

Título en España: Drácula
Año de Producción: 1979
Director: John Badham
Director de Fotografía: Gilbert Taylor, BSC
Ópticas: C-Series de Panavision y Super PanaZoom Cooke
Emulsión: Kodak 5247 (100T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm anamórfico (Panavision), 2.4:1
Otros: fotografía adicional de Leslie Dear y Harry Oakes, BSC.

Vista en HDTV

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