Anna Karenina
Adaptación de la novela clásica de Leon Tolstoi a cargo del dramaturgo Tom Stoppard, que narra la historia de una aristócrata rusa (Keira Knightley) que vive una aventura amorosa con un joven conde (Aaron Taylor-Johnson), a caballo entre San Petersburgo y el Moscú de finales del siglo XIX, lo cual origina todo tipo de rumores en la alta sociedad rusa y evidentes problemas entre la mujer y su esposo (Jude Law). Quizá lo más llamativo de esta solvente producción sea su carácter eminentemente teatral –toda la película está representada como si la acción tuviera lugar en el escenario, incluso con frecuentes transiciones temporales y/o geográficas realizadas en la misma toma-, un recurso que tiene su origen en un recorte presupuestario tardío en la producción, pero que hace más creíbles en pantalla las acartonadas relaciones que viven los personajes y el hieratismo de la sociedad en la que viven. Dario Marianelli con su música y los equipos de diseño (de producción y vestuario) son los puntos fuertes de un film muy sólido, pero que termina haciéndose demasiado largo y en el que la química entre el dueto amoroso principal nunca es del todo satisfactoria. Matthew MacFayden, Olivia Williams, Kelly MacDonald y Emily Watson completan los papeles secundarios de la función.
Rodada casi íntegramente en estudio, parece ser que el director de fotografía original del proyecto fue el francés Philippe Rousselot [ASC, AFC], el que fuera ayudante de Néstor Almendros, cuyos mejores trabajos siempre han sido aquéllos en los que ha tenido que llevar a cabo una ambientación de época, pero a partir de la luz natural. Por consiguiente, era dudosa la idoneidad del francés para este trabajo pero, en cualquier caso, problemas de salud le hicieron retirarse del proyecto tres semanas antes de la fecha de inicio del rodaje, siendo sustituido por el norirlandés Seamus McGarvey [ASC, BSC], quien ya había trabajado en dos películas anteriores del realizador Joe Wright, además de un cortometraje, habiendo obtenido candidaturas a todos los premios importantes del año por la primera de ellas, “Atonement” (2007). En su carrera también destacan trabajos para Alan Rickman (“The Winter Guest”, 1997), Stephen Frears (“High Fidelity”, 2000), Michael Apted (“Enigma”, 2001) Stephen Daldry (“The Hours”, 2002) u Oliver Stone (“World Trade Center”, 2006), aunque lo cierto es que, con la excepción de sus colaboraciones con Wright, el nombre de McGarvey nunca se ha visto asociado a película de un especial interés visual.
“Anna Karenina” destaca, como se indicaba, por su continuo juego con la representación teatral –con escenas representadas ante fondos pintados, con cambios de atrezzo y de figuración a mitad de las tomas o cambios de luz para simular transiciones temporales- y también con una verdadera reconstrucción de época (una vez que el espectador “se adentra” en la historia y ésta le transporta a los lugares en que ésta se desarrolla), situación que hace que Joe Wright pueda y deba dar rienda suelta a su evidente pericia para mover la cámara, con una solvencia ya demostrada en “Pride and Prejudice” (2005) o en la citada “Atonement”. Así pues, los movimientos son continuos en las escenas que requieren transiciones, o durante los bailes de la primera parte de la película, que muestran perfectas coreografías de actores y escenógrafos para hacer avanzar a la historia. Más adelante, aunque Wright nunca renuncia a llevar a cabo una puesta en escena sugerente y, a menudo, ingeniosa, lo cierto es que sí se va sosegando y comienzan a ser frecuentes las tomas estáticas y una narrativa visual más centrada en los tamaños de las tomas y las composiciones de imagen que en aportar brío en la puesta en escena.
En estas circunstancias, el trabajo de McGarvey, en celuloide y formato panorámico anamórfico, es dificilísimo, puesto que no solo tiene que iluminar todos y cada uno de los decorados en los que transcurre el film, sino que, además, tiene que hacerlo para una cámara que rara vez permanece estática y que con mucha frecuencia requiere mostrar ángulos de 180, 270 o incluso, 360 grados de la acción. Por lo tanto, a McGarvey apenas le queda la opción de iluminar muchas de sus secuencias desde arriba, o bien desde el único lado del decorado que no iba a ser mostrado por la cámara, salvo cuando consigue realizar algunos interesantes efectos lumínicos con luces integradas en el propio decorado. Su trabajo, aunque busca recrear un estilo de cierta reminiscencia naturalista –por el tipo de luz suave y contrastada que dirige hacia los actores y el decorado, que a menudo recuerdan los efectos de la “luz del norte”- tiene un efecto más bien teatral, por buscar siempre un aspecto óptimo de los actores, a los que siempre “persigue” su propia luz lateral suave, independientemente de la acción, algo especialmente evidente en todos y cada uno de los primeros planos que McGarvey “regala” a Keira Knightley, la cual recibe un generosísimo tratamiento de estrella a lo largo de todo el film.
Técnicamente, la labor de McGarvey y su equipo es sobresaliente, especialmente la de su foquista, encargado de mantener un enfoque nítido en muchas situaciones difíciles debido a los continuos movimientos de cámara a lo largo de todo el film. La textura de la imagen en proyección digital es maravillosa, con suaves colores apastelados, un ligerísimo grano y un buen nivel de detalle en la imagen, pero sin que éste reste un ápice de belleza o impida que el aspecto general sea muy suave. A ello contribuye, por supuesto, la utilización de difusión en cámara por parte de McGarvey –seguramente una media en la óptica-, muy evidente por cómo suaviza texturas o crea halos en torno a las fuentes de luz más sobreexpuestas. Aunque su utilización es absolutamente consistente, independientemente de la amplitud de la toma o de la focal utilizada, sí que hay que destacar que este tipo de difusión crea halos más empastados que los filtros de cristal (Pro-Mist, Fog, Double Fog, Classic Soft, etc.) y a veces también produce dobles reflejos que, por ejemplo sobre los ojos de los personajes, puede inducir a pensar que las imágenes están ligeramente desenfocadas, cuando realmente no lo están. Quizá McGarvey –que ya había utilizado este tipo de difusión en “Atonement”- pudiera haber evitado este efecto recurriendo a lentes anamórficas más antiguas y otro tipo de filtraje, pero lo cierto es que el aspecto que consigue recurriendo a las últimas generaciones de ópticas y este tipo de difusión es tan bello, que dificilmente puede realizarse una crítica en este aspecto.
Por todo ello, como conjunto, la fotografía de “Anna Karenina” supone un trabajo espléndido por parte de Seamus McGarvey, que no sólo consigue superar sus complicados condicionantes técnicos –con las transiciones espacio-temporales en cámara- y rodaje en formato panorámico anamórfico con grandes movimientos de cámara, sino dotar a la película de un aspecto global fabuloso, más teatral que natural, con sus actores constantemente embellecidos por su luz y con una textura que encaja perfectamente con el tipo de historia y época a la que los cineastas pretenden trasladar al espectador.
Título en España: Anna Karenina
Año de Producción: 2012
Director: Joe Wright
Director de Fotografía: Seamus McGarvey, ASC, BSC
Ópticas: G-Series, E-Series, ATZ y AWZ2 de Panavision
Emulsión: Kodak 5207 (250D) y 5219 (500T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm anamórfico (Panavision), 2.4:1
Otros: Digital Intermediate
Premios: Oscar a la mejor fotografía (nom), American Society of Cinematographers (nom), BAFTA a la mejor fotografía (nom)
Vista en DCP
© Harmonica Rental & Cinema/Ignacio Aguilar, 2013.