The Last Voyage Jul01

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The Last Voyage

Raro precedente del cine de catástrofes que fue tan popular en el cine norteamericano de los años 70, ya que este film contiene todos y cada uno de los elementos de la fórmula que se pondría de moda pocos años después, condensados en apenas noventa intensos minutos de proyección: un viejo transatlántico realiza uno de sus últimos viajes antes de acudir al desguace. Sin embargo, un problema en la sala de calderas genera un incendio que aparentemente no deja consecuencias, pero que daña gravemente los sistemas de presión de una de las calderas, que estalla produciendo un boquete vertical a través de las cubiertas y un gran agujero en el casco, que hace que el buque comience a hundirse rápidamente. El director Andrew L. Stone rodó el film a bordo del legendario barco francés SS Ile de France, que acababa de ser vendido a un desguace japonés, de modo que el buque fue utilizado como decorado en el que se practicaron numerosas explosiones e incluso un hundimiento parcial del mismo, que añade gran verosimilitud a la película. Robert Stack, Dorothy Malone, Edmund O’Brien, Woody Strode y George Sanders, como el capitán que se empeña en negar que su barco va a hundirse hasta que es demasiado tarde, encabezan el reparto de una intensa película que mantiene perfectamente el interés casi sesenta años después de su rodaje.


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El director de fotografía fue Hal Mohr [ASC], quien a sus 65 años de edad durante el rodaje durante varios meses de 1959, era todo un veterano de Hollywood. Parece ser, además, que Mohr tuvo todo tipo de disputas, en las que más adelante entraremos en detalle, durante el rodaje de este film. Los orígenes de Mohr como primer operador se remontan, como no podría ser de otra manera, al cine mudo, en el que trabajó en películas como la primera versión de «The Four Horsemen of the Apocalypse» (Rex Ingram, 1921), «Little Annie Rooney» (William Beaudine, 1925″, con Mary Pickford, o «The Jazz Singer» (Alan Crosland, 1927). Ya en el cine sonoro se ocupó de clásicos como «Captain Blood» (Michael Curtiz, 1935), con Errol Flynn, «A Midsummer’s Night Dream» (William Dieterle & Max Reinhardt, 1935), por la que ganó el primero de sus dos premios Oscar, así como «The Phantom of the Opera» (Arthur Lubin, 1943), por la que ganó el segundo, compartido con el asesor de Technicolor W. Howard Greene. De su carrera posterior, que terminó precisamente con Mohr de asesor de Jack Hildyard en «Topaz» (Alfred Hitchcock, 1969), destacan «The Wild One» (Laszlo Benedek, 1953) con Marlon Brando o «Rancho Notorious» (1952), a las órdenes de Fritz Lang.

Seguramente Mohr y Stone tuvieron problemas durante el rodaje porque éste debió de ser muy poco convencional para los estándares de una época en la que Hollywood siempre construía en plató todos los decorados de sus películas y renunciaba casi por completo a la utilización de localizaciones reales para sus rodajes. Pues bien, como Stone decidió no solo rodar en una localización como un barco real, sino además hundirlo durante el rodaje, ello debió de crear enormes complicaciones al veterano operador, a buen seguro acostumbrado a los métodos tradicionales del cine de estudio. Por otro lado, aunque hay algunos momentos en los que evidentemente los cineastas tuvieron que recurrir al estudio para recrear determinados momentos, lo cierto es que la decisión de Stone hace que la película tenga un aire diferente al cine de la época. No es que el film posea un aspecto documental, aunque algunas de sus imágenes sí que pretenden ese aire durante las secuencias de evacuación del barco, pero el rodaje en una localización real impidió seguramente a Mohr hacer cosas que hubiera hecho en un plató, a fin de iluminar todo perfectamente retirando paneles, paredes, techos, etc. para ubicar sus luces donde hubiera querido. Circunstancia que dentro del Ile de France era imposible. Pero el aspecto algo sucio y directo, en contraposición al formalismo del cine de estudio, hace que todo parezca más cercano, algo a lo que el uso de un verdadero transatlántico también favorece mucho por supuesto.

Al estar rodadas dentro del barco real, algunas escenas poseen un aspecto sorprendentemente natural para un film rodado en 1959, justo en el momento en el que Kodak lanzaba su nueva emulsión de 50 ASA, sensibilidad ridícula desde la perspectiva actual, pero que doblaba en cambio a los 25 ASA de la emulsión anterior. Ello se debe a que Mohr ilumina a veces desde un único lado, con poco relleno, como si la falta de paredes móviles hubiera obligado a iluminar a través de las ventanas reales, por ejemplo en el puente de mando o en el salón principal del buque. En otras escenas, bastante tiene Mohr con conseguir ocultar sus aparatos como para preocuparse del aspecto, lo que hace que este sea imperfecto pero, de nuevo, diferente del habitual en la época. Y lógicamente, cuando los cineastas muestran al barco inundándose o hundiéndose, la prioridad no era obtener una buena luz, sino simplemente conseguir captar dichos momentos en celuloide, lo que hace una vez más que el material tengo un aspecto más directo que el habitual. Sin embargo, en los exteriores diurnos esta prioridad de obtener material en lugar de conseguir la mejor luz perjudica a Mohr, con continuos cambios en la luz, fruto de rodar bajo todo tipo de climas y a diferentes horas del día.

A pesar que el presupuesto no fue demasiado elevado y a pesar de la renuncia al CinemaScope (quien sabe si para emplear cámaras y lentes más pequeñas y portátiles), «The Last Voyage» proporciona un buen nivel de espectáculo gracias a su incomparable localización y al uso de efectos especiales físicos como fuego, explosiones y el agua que entra salvajemente en el buque a medida que los cineastas procedían a hundirlo de manera controlada mientras rodaban. Algunos efectos especiales fotográficos, tales como los destinados a generar la ilusión del hundimiento en las tomas generales, a pesar de su candidatura al Oscar, muestran sus costuras sesenta años después del estreno, pero cumplen su cometido dentro de lo sencilla que es la película. Y curiosamente, la renuncia de la pantalla panorámica tiene como consecuencia que Stone y Mohr aprovechan muy buen con bastante frecuencia la altura de sus fotogramas, como en esos planos desde el puente de mando que aparentemente tienen mucho aire, pero que encuadran perfectamente elementos verticales como las chimeneas del barco.

Por todo ello «The Last Voyage» es un film que sigue siendo muy interesante, dentro de ser una película rudimentaria e incluso tosca en sus formas, pero no por ello menos efectiva.

Título en España: El Último Viaje
Año de Producción: 1960
Director: Andrew L. Stone
Director de Fotografía: Hal Mohr, ASC
Emulsión: Kodak 5251 (50T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm esférico, 1.85:1

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