The Good Shepherd

Segundo y hasta la fecha último largometraje dirigido por Robert De Niro, en el que además el actor se reserva un pequeño papel, el cual está ambientado en dos escalas temporales diferentes: una que tiene lugar en los años 40, cuando el joven Edward Wilson (Matt Damon) es reclutado por el gobierno de los EEUU para una serie de misiones secretas durante la guerra, mientras que la segunda, siendo ya parte formal de la CIA, está ambientada después de la invasión fallida de Cuba por parte de las fuerzas estadounidenses y en plena guerra fría. Se trata de una película casi tan fría y distante como su personaje principal, el cual se encuentra mucho más cómodo fuera de casa que con su esposa (Angelina Jolie) e hijo (Eddie Redmayne, en su debut en cine), casi siempre encargándose de alguna oscura misión o con el objetivo de derrocar a sus enemigos dentro o fuera de su país. A pesar de que se trata de un relato complejo, la narrativa fluye muy bien y el film es un notable retrato de los primeros años de la agencia gubernamental estadounidense, con todo su presupuesto y despligue de medios al servicio del mismo. Alec Baldwin, William Hurt, Tammy Blanchard, Keir Dullea, Billy Cudrup, Joe Pesci, Michael Gambon, Timothy Hutton y John Turturro, entre otros, conspiran en esta historia de espías, traidores y traiciones.

Puesto que disponía de un elevado presupuesto y se le presupone una mayor capacidad para dirigir actores que para trabajar la puesta en escena y el estilo visual de un film, no es extraño que Robert De Niro recurriera a Robert Richardson [ASC] como director de fotografía, al que además de por sus trabajos para Martin Scorsese u Oliver Stone por aquélla época, el actor conocía personalmente cuando menos de su trabajo en “Casino” (1995). Richardson, si además tiene una especialidad, es precisamente retratar épocas del pasado reciente de los EEUU, algo que ha hecho muy bien en películas como “Born on the Fourth of July” (1989) o “JFK” (1991), a las órdenes de Oliver Stone (obteniendo su primer Oscar por la primera de ellas) o justo antes de este film, en “The Aviator” (Martin Scorsese, 2004), por la que obtuvo su segundo premio. El tercero, después de otro retrato de época como “Shutter Island” (2010), aunque fuera en clave de thriller, lo obtuvo por “Hugo” (Scorsese, 2011). Pero además de por su colaboración con Stone y Scorsese, Richardson también es de sobra conocido porque desde “Kill Bill Vol. 1” (2003) se ha hecho cargo de todos los proyectos de Quentin Tarantino, con la excepción de su película “Grindhouse”. Por lo tanto, “Kill Bill Vol. 2”, “Inglourious Basterds”, “Django”, “The Hateful Eight” y “Once Upon a Time in Hollywood” llevan el particular sello de este veterano operador, que rondando los 65 años de edad, todavía tiene tiempo para añadir nuevos títulos de interés a su ya de por sí inmaculada trayectoria.

Rodada como decíamos poco después de “The Aviator”, como aquélla, “The Good Shepherd” es uno de esos títulos en los que Robert Richardson prescindió del formato panorámico anamórfico sustituyéndolo por el convencional Super 35, empleando principalmente lentes Panavision Primo esféricas y la antigua serie Ultra Speed MKII, suponemos que para las escenas en las que el personaje de Damon vive su rito de iniciación en lo que será la hermandad de la CIA, las cuales están rodadas con niveles de luz muy reducidos. En esta época, precisamente, Richardson comenzaba a experimentar con el Digital Intermediate, que en este momento, además de posibilitar efectos de color desconocidos hasta la época, también posibilitaba poder conseguir copias de exhibición en 35mm anamórfico partiendo desde el citado Super 35 pero eludiendo el anterior requisito del hinchado óptico, con el que se introducía aún más grano en la exhibición de un ya de por sí pequeño negativo (cuyo área de imagen era o es aproximadamente un 42% inferior al del 35mm anamórfico). En cualquier caso, aunque ello no se excesivamente perceptible en HDTV, durante su exhibición cinematográfica “The Good Shepherd” mostraba, como otros Digital Intermediates de Technicolor en la época, serios artefactos de reducción de ruido tipo DNR, como si en dicha etapa se hubiera intentado minimizar la estructura de grano del film durante su post-producción (hay que aclarar que a Richardson no solía gustarle el grano, e incluso a finales de los 80 o primeros 90, rodó varios films a 100 ASA para evitarlo).

Sin embargo, detrás de esa imagen con problemas de retoque digital, se encuentra uno de los trabajos más interesantes, ricos y estéticos de Robert Richardson. Quizá porque De Niro le diera carta blanca, el operador lleva a cabo todo un compendio de sus virtudes, gustos e incluso defectos, algunos de los cuales más que ser considerados como tales son más bien sus propios rasgos o personalidad. Por un lado, la puesta en escena es metódica y muestra composiciones de imagen trabajadas, algo de lo que es responsable Richardson puesto que él mismo es siempre que le es posible quien opera la cámara en sus rodajes. Por otro, se trata de una fotografía que lejos de tratar de resultar realista, se aleja muchas veces de la realidad introduciendo múltiples fuentes de iluminación, ya sea en la forma de contraluces, luces de contorno sobre los personajes, o las célebres luces cenitales sobreexpuestas, incidiendo sobre mesas o diferentes superficies, que han hecho famoso a este director de fotografía. Toda esa sumar de diferentes luces fuera de cuadro, que se suman a un buen número de fuentes integradas y que también realizan funciones de iluminación dentro del mismo, hacen que el aspecto sea muy elaborado y sofisticado, como decimos. Pero es que además, por la mezcla de luces, así como con el uso de determinados efectos de la luz solar en exteriores, o de determinadas y específicas horas del día para capturar sus escenas, Richardson consigue un perfecto ejemplo estético de lo que puede ser el cine de época: un cine que nos transporte a un tiempo pasado, bien a través de una estética propia o de un cierto aire nostálgico aquí presente en muchas escenas.

Si a eso le añadidos que Richardson emplea o utiliza otros de sus recursos habituales para el cine de época como los filtros tipo Pro-Mist para marcar algunos halos y efectos de suavidad en algunas escenas, o gloriosos contraluces durante las secuencias nocturnas que tienen lugar en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, nos encontramos ante uno de los mejores trabajos del director de fotografía, lo cual teniendo en cuenta su trayectoria, convierte a “The Good Shepherd” de manera automática en una película imprescindible por su tremendo acabado estético. De hecho, el nivel es tan alto, con tanto gusto, con tantos detalles, con una forma tan sólida de llevarlo a la pantalla, que sorprende que el director no fuera alguien con más experiencia tras las cámaras, o al menos, alguien a quien presuponerle más ideas estéticas que a un actor como De Niro en la silla del director. De modo que es un escenario muy probable que lo que vemos, de hecho, sea un ejercicio de libertad creativa plena por parte de Richardson, en el que el director de fotografía nos regala una excepcional muestra de su talento y personalidad al servicio de la película y de su director. Sorprendentemente, a pesar de este alarde, la película en sí recibió críticas desiguales en el momento del estreno y ello seguramente privó a Richardson de una nueva nominación al Oscar, aunque a sus compañeros de la American Society of Cinematographers (ASC) no les pasó desapercibida y la incluyeron entre los cinco mejores títulos de su temporada.


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Título en España: El Buen Pastor
Año de Producción: 2006
Director: Robert De Niro
Director de Fotografía: Robert Richardson, ASC
Ópticas: Panavision Primo, Panavision Ultra Speed MK2
Emulsión: Kodak 5212 (100T), 5217 (200T) & 5218 (500T)
Formato y Relación de Aspecto: 3-perf Super 35, 2.4:1
Otros: Digital Intermediate
Premios: American Society of Cinematographers (nom)

Vista en 35mm & Blu-ray

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